En los cursos de conducción que imparto, muchos de los alumnos creen que, para controlar las situaciones que nos encontramos en la carretera, debemos entender sobretodo la técnica de nuestro vehículo; cómo y cuándo pisar el embrague, cambiar de marcha, girar el volante, frenar… Y no les falta razón. Evidentemente, es importantísimo tener claro qué debemos hacer en cada momento. Pero aquí se le añade otro factor tan o más importante, entender cómo funciona nuestro cerebro y nuestro cuerpo.

Si nuestro cerebro fuera un ordenador, tendría un programa llamado “conducción” que se instaló la primera vez que pusimos las manos en un volante. Esta aplicación nos ayuda a asimilar y a aplicar la teoría y práctica cuando conducimos, ya que ha recopilado y ordenado todos los datos generados por nuestra experiencia como conductores.

Por otro lado, nuestras manos, pies, brazos y piernas; son los que ejecutan la acción que nuestro cerebro, con toda la información que ha almacenado, les ha indicado. Pero esto no es todo, la vista es uno de los actores más importantes para controlar nuestra conducción en la carretera. Sin la función que realizan nuestros ojos, será imposible identificar qué información necesitamos que nuestro cerebro envíe a nuestras manos, pies, piernas, etc.

Muchos conductores acostumbran a conducir fijándose en los estímulos y situaciones que tienen más cerca: el niño que ya ha salido corriendo a por la pelota, la curva en la cual ya estamos, el agujero que ya hemos pisado… Desafortunadamente, es demasiado tarde para poder reaccionar. Para conducir de una manera más preventiva, deberíamos mirar más lejos, allí donde vamos a ir; sólo así podremos anticiparnos al niño de la pelota, a la próxima curva cerrada o al bache que nos encontremos en la carretera.

Ahora haremos un ejercicio de autoevaluación: imaginémonos que una de estas circunstancias se convierte en una situación de riesgo, a la cual se añade el estrés provocado por el momento. ¿Qué nos quedamos mirando? ¿Qué hacemos? Este estrés hace que aparezca un nuevo concepto, el efecto túnel: reduce el campo de visión y provoca la tendencia a mirar el problema, en lugar de la solución.

Dependiendo donde miren nuestros ojos – el problema o la solución -, nuestro ordenador a bordo enviarà unas directrices u otras a nuestras manos y pies.

Por lo tanto, si en una situación de riesgo miras la solución y no el obstáculo, será mucho más fácil llegar a casa con el coche entero y, si es posible, con los dos retrovisores.